La actitud de los niños hacia el trabajo varía a través de
los años. En los primeros años de la escolaridad, la disposición y la entrega a
la expresión plástica es, en general, intensa y espontánea. Expresarse a través
de colores y formas es más directo y fácil que utilizando palabras. La chispa
se enciende, el motor se activa y la fiesta cobra vida rápidamente. Aunque en
esta etapa el tiempo de concentración no es muy prolongado, la conexión con el
trabajo suele ser muy fuerte.
Las obras pueden ser sorprendentes para el adulto por su belleza y fuerte carga expresiva, pero el proceso, en esta etapa, es mucho más importante para el niño que el trabajo terminado. Es un modo de procesar ideas, sentimientos y su visión del mundo. Las proporciones de las figuras representadas, así como la distribución espacial de elementos, responden al valor afectivo que tienen para el niño.
A partir de los siete años, entre el segundo y el tercer grado, los dibujos de los niños comienzan a adquirir aspectos esquemáticos. En esta etapa, han creado conceptos internos del hombre y su ambiente. Es habitual ver la repetición de un mismo esquema para representar varias figuras humanas, mientras no les quieran adjudicar un especial significado. Estos modos de representación son muy valiosos, pues reflejan la construcción de su pensamiento.

A partir de los 10 años de edad, los niños se tornan más críticos frente a sus producciones y empiezan a sentir la necesidad de que lo que representan sea fiel a la realidad. La preocupación por el parecido endurece la imagen y, en ocasiones, pueden llegar a bloquearse frente a esa dificultad por lo que es necesario reforzar y estimular la confianza en su producción plástica.
Las obras pueden ser sorprendentes para el adulto por su belleza y fuerte carga expresiva, pero el proceso, en esta etapa, es mucho más importante para el niño que el trabajo terminado. Es un modo de procesar ideas, sentimientos y su visión del mundo. Las proporciones de las figuras representadas, así como la distribución espacial de elementos, responden al valor afectivo que tienen para el niño.
A partir de los siete años, entre el segundo y el tercer grado, los dibujos de los niños comienzan a adquirir aspectos esquemáticos. En esta etapa, han creado conceptos internos del hombre y su ambiente. Es habitual ver la repetición de un mismo esquema para representar varias figuras humanas, mientras no les quieran adjudicar un especial significado. Estos modos de representación son muy valiosos, pues reflejan la construcción de su pensamiento.
A partir de los 10 años de edad, los niños se tornan más críticos frente a sus producciones y empiezan a sentir la necesidad de que lo que representan sea fiel a la realidad. La preocupación por el parecido endurece la imagen y, en ocasiones, pueden llegar a bloquearse frente a esa dificultad por lo que es necesario reforzar y estimular la confianza en su producción plástica.